Lealtades, familias y elecciones vocacionales

Al avanzar la adolescencia se instala una pregunta compleja que surge de la incertidumbre y genera ansiedad por remitir a un futuro desconocido: ¿Quién quiero ser?

Múltiples factores intervienen condicionando favorable o desfavorablemente la decisión vocacional: aspectos de la personalidad individual (intereses personales, aptitudes o talentos y otros rasgos de personalidad); características culturales (oportunidades o dificultades que la cultura le ofrece a sus jóvenes para insertarse, carreras u ocupaciones valoradas por la cultura, etc.) y aspectos relacionales y familiares (expectativas de los padres o abuelos, elecciones vocacionales anteriores en la familia, actividades valoradas o desvalorizadas en el medio familiar, mandatos, etc.).

Me interesa profundizar en estos últimos, ya que también juegan un papel protagónico en toda elección vocacional ocupacional. Somos seres relacionales, con identidad propia y en vínculo constante con los otros. Desplegamos nuestra identidad y la construimos permanentemente en las relaciones personales y significativas que tenemos a lo largo de nuestra historia. Además de la herencia genética y de las experiencias que a lo largo de la vida moldean nuestra identidad, hay conductas, elecciones y formas de sentir que se ven condicionadas por valores que se transmiten en la familia de forma transgeneracional. Las generaciones que nos preceden fueron transmitiendo de forma explícita o implícita valores, creencias, ideologías, formas ideales de ser, expectativas, etc.; o sea, todo un conjunto de normas, leyes y pautas de acción.

¿Cómo influyen estas pautas familiares en el adolescente y en su elección vocacional ocupacional? La lealtad Bozormenyi Nagy, psiquiatra húngaro-americano especialista en terapia familiar, utiliza el concepto de lealtad para describir un sentimiento profundo que circula entre los diferentes miembros de una familia. La lealtad implica un compromiso de los miembros para con las expectativas del grupo. Facilita que un integrante acate con sus actitudes aquellas “expectativas compartidas no escritas” que están presentes en un grupo familiar y que se promueven de generación en generación. Es inherente al rol de padres el hecho de tener deseos sobre el futuro de nuestros hijos. Los han tenido nuestros padres con nosotros, así como nosotros con nuestros hijos. Los deseos y expectativas que los padres tenemos para con nuestros hijos forman parte del libreto que nuestra familia escribe a lo largo de su historia generacional y que habla sobre cómo es conveniente vivir la vida.

Cada familia posee un mapa que guía el viaje, un guion que condiciona y a la vez surge de la historia familiar. La lealtad a este guion atraviesa las diferentes generaciones de la familia, la mantiene cohesionada y con identidad propia a lo largo de los años.

La familia existe gracias a los lazos que se tejen entre las generaciones. Estos lazos implican, por un lado, mensajes transmitidos de forma verbal, explícita y dialogada y, por otro, transmisiones no verbalizadas, implícitas y enunciadas a través de conductas.

Algunas pautas familiares se sostienen de forma invisible; se respiran en el clima familiar y en las diferentes relaciones familiares. Los abuelos o los bisabuelos han impartido un estilo deseado de ser a las generaciones posteriores y los padres son los portadores de este mensaje. Legados, mandatos y elección vocacional.
Si nos preguntamos sobre nuestros deseos para con nuestros hijos, una primera respuesta probablemente sea: “quiero que sea feliz”. Si seguimos profundizando en la pregunta, buscando respuestas alternativas podemos reconocer lo que para nosotros implica su felicidad. Así podemos toparnos con nuestras expectativas y luego podremos comprenderlas en relación con las que nosotros recibimos como hijos. Estas pautas o expectativas pueden estar en consonancia con la singularidad de nuestro hijo, o sea que haya una correlación entre las pautas familiares y los intereses, aptitudes y deseos personales del adolescente. En estos casos no surge el conflicto porque el joven siente que el estilo de vida que va eligiendo le pertenece, es consustancial con su identidad y, al mismo tiempo, forma parte del legado que su familia le deja.

Pero, en otros casos, hay una clara disonancia entre lo que en la familia se espera del hijo y lo que él vislumbra como su futuro. Si ambas partes se mantienen rígidas, las pautas empiezan a ser percibidas o transmitidas como mandatos. La Real Academia Española define un mandato como una “orden o precepto que el superior da a los súbditos”. Cuando una pauta familiar deja de ser un legado para pasar a ser un mandato, el hijo siente la dificultad para poder elegir libremente. El conflicto se da entre realizar los propios deseos o motivaciones y acatar para seguir siendo leal al guion familiar. Es un conflicto entre el sí mismo y la familia. En estos casos las pautas constriñen al hijo, lo sujetan y lo inhiben. Generan angustia, problemas de autoestima y una sensación de traición al modelo con la culpa que esto conlleva. Como ejemplos, podemos pensar en aquellas familias en las cuales hay profesiones altamente valoradas, que se repiten de generación en generación y que en algunos casos operan como mandatos, mientras que otras ocupaciones son altamente desvalorizadas por ser consideradas inferiores en categoría profesional. Una carrera puede ser un mandato familiar difícil de eludir. El privilegio de pertenecer al grupo será una variable de peso a la hora de tomar una decisión. Por otra parte, existen familias en las que el padre o la madre no han podido llevar a cabo el legado de sus propios padres y le transmiten a sus hijos la pauta de realizar el deseo del abuelo que ha quedado trunco y que puede transformarse en un mandato para el nieto que intentará saldar una cuenta pendiente de alguno de sus padres. En aquellas familias que tiendan a un modo rígido de funcionamiento y en las que haya mandatos, aquel hijo que desoiga el mandato será vivido como un traidor al modelo. Se le hará difícil a este hijo una elección que le permita diferenciarse.

Por el contrario, en familias con un funcionamiento más flexible, se admite que sus miembros desarrollen diferencias individuales; se buscará un mantenimiento del estilo familiar pero sin obligar a nadie a conservarlo a costa de su propia realización. Las pautas flexibles reconocen la importancia de la individualidad y de la subjetividad de los miembros de la familia. El dialogo familiar facilita la diferenciación y la libertad de nuestros hijos. Construimos expectativas constantemente en nuestras relaciones, pero suponer la libertad implica favorecer que el otro elija un bien para él aunque éste no coincida con nuestras expectativas. Difícil tarea para los padres: hacer un duelo por la propia expectativa y valorar y reconocer como genuina la decisión de nuestros hijos y su búsqueda de independencia. Esto no excluye que podamos ayudarlos a pensar si consideramos que lo que elige no le hace bien o si percibimos que busca un estilo de vida perjudicial para él. En ese caso seguiremos siendo el faro que lo oriente, pero cuando veamos en él la salud y lucidez suficiente para elegir un estilo de vida que lo plenifique, está en nosotros aceptar sus decisiones como válidas y personales.

Hablemos con nuestro hijo sobre nuestras expectativas y sobre sus deseos e ideales. Ayudémosle a reconocer las aptitudes que desplegó en su historia hasta el momento actual. Explicitemos en el diálogo la importancia de que él aprenda a ejercer su libertad. Es nuestro derecho como padres desear, pero, al mismo tiempo, nuestros hijos tienen su derecho a no satisfacernos, a elegir algo diferente y, como consecuencia, defraudar nuestra ilusión. Al madurar, tomarán de nuestro legado lo que les ayude a crecer y dejarán en el camino aquello que no vivan como propio. Podremos así educar hijos libres que logren una realización personal desplegando su propio ser. Conflicto de lealtades. Revisando modelos en la pareja. (Recuadro aparte) En algunas familias existe un conflicto de lealtades ya que los hijos perciben que las expectativas que su padre y su madre tienen para con él son muy diferentes. Es un conflicto de difícil solución ya que al ser leal a un progenitor, inevitablemente traicionará o desilusionará al otro. En estos casos es fundamental que los padres revisen cada uno sus modelos a través de un diálogo profundo. Al conversar en intimidad acerca de las expectativas sobre su hijo y sobre la relación entre estas expectativas y las respectivas familias de origen, se hará más fácil transmitirle al hijo un mensaje acordado e integrado. Se creará entre dos un nuevo modelo renovado. La ansiedad muchas veces se calma con información. Saber lo que se espera de uno es fundamental para poder decidir libremente en qué medida se responde o no a esa expectativa.